Corbata
... y ella le recordó el incidente, del que se había olvidado por completo, lo que le hizo recapitular:
Efectivamente, las dos primeras veces que fue a aquel banco, las dos, se dio tal golpe en la cabeza con las puertas automáticas que vio las estrellas. De manera que, instintivamente, cuando tenía que hacer algo en aquella institución bancaria, antes de volver a estrellarse como un cornúpeta en el duro cristal, extendía los brazos poniendo las manos a modo de escudo protector.
Una de las veces el automatismo funcionó, con tan mala suerte que las puertas, sin tener que empujarlas, se abrieron en el momento en que salía una señora; y, sin querer, claro está, le tocó los pechos.
NudoAzorado, rojo como un tomate, se disculpó y la dama le sonrió, mostrándole de esa guisa que el hecho no tenía la menor importancia. Lo que le tranquilizó. Tranquilidad que le duró unos segundos tan solo, pues su acompañante se puso como un energúmeno: le agarró por la camisa, le zarandeó rompiéndole algunos botones y, finalmente, enarbolando el puño, lo descargó en su nariz.
Recuerda, como si no hubiese pasado el tiempo, que terminó el suceso yéndose la señora -que no le había parecido ni medio bien la acción de su pareja- y su acompañante discutiendo violentamente. Y él se quedó allí, como un pasmado, tocándose la cara dolorida por el golpe del macho, con sus manos perfumadas de hembra.
Luego, días más tarde, por casualidad, volvió a verla esta vez en la calle y le habló. Hay que decir que le cayó muy bien, congeniaron y actualmente es su esposa.
Y asfixia
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Tomado de la revista 'CAMINAR CONOCIENDO' número 6 PÁGINA 23
La misma esposa que le recordaba su comportamiento bestial con un joven que, sin ninguna intención, había tocado su pechera al salir del banco; reconoce, eso es cierto, el mismo proceder -lo reconoce pero no pudo evitarlo- que el que tuviera con él, antaño, una bestia irracional, un macho celtíbero herido en su orgullo.
Pero, ¿qué otra cosa podía haber hecho sin riesgo de que lo tildaran de "calzonazos"?:
-- ¿Eres mi esposa, o no? y ... ¡punto! ¡no hay más que hablar! ...
Epílogo
La matrona y su consorte, tras doblar una esquina de la calle, se pierden de vista discutiendo apasionadamente.
El joven, confundido y golpeado, los ve alejarse.
Sus manos tienen la fragancia de la señora y su rostro el puñetazo del caballero.
Días después la vio sola en un parque y se aproximó a ella, le habló ...
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Tomado de la revista 'CAMINAR CONOCIENDO' número 6 PÁGINA 23
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