miércoles, 29 de diciembre de 2010

Ben Okri: Andando, caminando (*)


(Una muestra del buen hacer de Ben Okri, escritor nigeriano)

Mientras iba por la calle adelante, soportando a duras penas el calor del sol, por un mundo cruel, de niños desnudos y viejos de venas cansadas que llevaban sangre a frentes apergaminadas, me asustó el repentino convencimiento de que no había manera de huir de las reaalidades del mundo. Por todas partes me enfrentaba con la crueldad de las heridas, las míseras chozas, la chabolas de cinz oxidado, la mierda de las calles, los niños delgadurrios, las niñas desnudas sobre la arena jugando con latas de conserva aplastadas, niños incircuncisos correteando de aquí para allá, imitando el tableteo de las metralletas, con el calor nocivo que hacía vibrar el aire y el agua que se evaporaba en las cunetas malolientes. El sol desnudaba la realidad de nuestras vidas y todo era tan despiadado que resultaba un milagro que pudiéramos entendernos e interesarnos los unos por los otros o que incluso sintiéramos algún interés, aunque solo fuera una pizca, por algo.
...
Anduve durante mucho tiempo, las calles quemándome las plantas de los pies, con la garganta seca, la cabeza ardiéndome, hasta que me encontré en el mercado. Había puestos por todas partes. Los olores y los aromas del mercado se esparcían por doquier: de las hortalizas que se pudrían, de la fruta fresca, de la carne cruda, de la carne asada, del pescado maloliente, de plumas de pájaros silvestres y de loros disecados, del maiz asado y de telas recién teñidas, del estiércol de vaca y del perfume de sahel, y de la pimienta machacada, que inundaba los ojos de lágrimas y hacía cosquillas en la nariz. Y además de los muchos olores, las numerosas voces, voces sonoras y antagónicas, indistinguibles de la rica diversidad de los objetos. Mujeres con bandejas de tomates grandes y jugosos, cuencos de garri o de maíz, o bien de pepitas de melón, mujeres que vendían baratijas y cubos de plástico y telas de vivos colores, hombres que vendían amuletos de coral, peines de madera, plumas de tórtola, chalecos de malla y pantalones y zapatillas de algodón, mujeres que vendían espirales antimosquitos, espejos mágicos para el amor, faroles y hojas de tábaco, puestos de telas estampadas junto a los de pescado fresco, todos entremezclados, llenando los lados de la calzada, extendiéndose en fantástica confusión. Había en el aire mucho clamor de confrontaciones: los cobradores de alquileres se peleaban con las mujeres, y los que empujaban carretones y gritaban para que la gente se apartara, mientras mallams, acompañados de cabras atadas con cuerdas, rezaban sobre esteras blancas, bajo el sol, ensartando cuentas. El suelo del mercado tenía la humedad del barro y de los alimentos en descomposición, y los niños, la mayoría desnudos, corrían de un sitio para otro. Los mujeres vestían faldas descoloridas y sucias blusas; sus rostros, afligidos, me recordaban al de mi madre, mientras las voces tan pronto eran dulces como ásperas; dulces para atraer a los clientes, ásperas a la hora de regatear. Recorrí el mercado perplejo por las muchas voces que podrían haber sido la de mi madre, los muchos rostros que podrían haber sido el suyo, y vi que la fatiga y el sacrificio no eran exclusivamente suyos, sino que los compartía con todas las mujeres del mercado.

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Tomado de la obra de Ben Okri 'The Famished Road'. Ha sido editada en España con diferentes títulos por varias editoriales.

(*) Título añadido

viernes, 3 de diciembre de 2010

Mía Couto: En el vidrio

En el vidrio de la mañana, el sol, con su tibia toalla de luz, viene a limpiar el agua goteada.

Mía Couto en 'Cronicando'