viernes, 21 de septiembre de 2012


Pablo Neruda: SE REÚNE EL ACERO (1945) (*)


He visto al mal y al malo, pero no en sus cubiles.

Es una historia de hadas la maldad con caverna.

A los pobres después de haber caído 
al harapo, a la mina desdichada, 
les han poblado con brujas el camino. 
Encontré la maldad sentada en tribunales:
en el Senado la encontré vestida 
y peinada, torciendo los debates 
y las ideas hacia los bolsillos.
El mal y el malo 
recién salían de bañarse: estaban 
encuadernados en satisfacciones, 
y eran perfectos en la suavidad 
de su falso decoro. 
He visto al mal, y para 
desterrar esta pústula he vivido 
con otros hombres, agregando vidas, 
haciéndome secreta cifra, metal sin nombre, 
invencible unidad de pueblo y polvo.

El orgulloso estaba fieramente 
combatiendo en su armario de marfil 
y pasò la maldad en meteoro 
diciendo: «Es admirable 
su solitaria rectitud. 
Dejadlo».

El impetuoso sacò su alfabeto
y montado en su espada se detuvo
a perorar en la calle desierta.
Pasò el malo y le dijo: «Qué valiente!»
y se fue al Club a comentar la hazaña.

Pero cuando fui piedra y argamasa, 
torre y acero, sílaba asociada: 
cuando estreché las manos de mi pueblo 
y fui al combate con el mar entero;
cuando deje mi soledad y puse 
mi orgullo en el museo, mi vanidad en el
desván de los carruajes desquiciados,
cuando me hice partido con otros hombres, cuando
se organizò el metal de la pureza,
entonces vino el mal y dijo: «Duro
con ellos, a la cárcel, mueran!».

Pero era tarde ya y el movimiento 
del hombre, mi partido, 
es la invencible primavera, dura 
bajo la tierra, cuando fue esperanza 
y fruto general para más tarde.
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((*) Poema de la obra 'Cante general' del capítulo 'Yo soy'

jueves, 10 de noviembre de 2011

Giovanni Boccaccio: Frailes viles y lujuriosos (*)


... porque no se puede motejar mas que de robo cuando alguien quita a otro de algo suyo contra su voluntad.

 -Míreme, yo soy fraile -prosiguió el peregrino apasionadamente-. Conozco muy bien mis congéneres y voy a decirle muy claramente a usted sobre el tipo de gente que son. Me perdonará si me alargo demasiado, pero el asunto es importante, porque no quisiera yo que cayera usted en la misma ratonera. 

Verá. Los frailes eran hombres santos y valientes en el pasado, pero los que hoy día se hacen llamar frailes, de santos no tienen ni siquiera el uniforme, porque en los tiempos antiguos quien inventara esto de las órdenes religiosas les empujó a llevar túnicas gruesas y de míserables telas, de modo que demostraran con ello su desprecio de lriquezas materiales. Sin embargo, en el día de hoy se las hacen de seda, bien anchas y de doble capa, para estar cómodos y poder presumir en los templos y en las plazas, de la misma manera que hacen los paganos, y no sienten la mas mínima vergüenza por ello. Y, de igual manera que el pescador lanza su anzuelo con un cebo bien jugoso, ellos emplean su capacidad de aterrorizar a viudas y mujeres crédulas, a las que intentan pescar para hacerlas entrar debajo de sus anchas túnicas de ricos tejidos, de modo que no se dedican a otro ajetreo que a estos pocos santos menesteres. Hágame caso, los frailes de hoy no tienen de frailes ni siquiera los hábitos. Como mucho, el color de los hábitos. Los antiguos frailes querían la salud de los fieles, mientras que estos solo se preocupan de las mujeres y de las riquezas, y por eso ponen todo su empeño en amedrentar con palabras e imágenes a los estúpidos, diciéndoles que solo se salvarán por medio del sufrimiento y, sobre todo, de las limosnas, de manera que ellos, que se han hecho frailes no por devoción sino por vileza y aversión al trabajo, obtengan de unos el pan, de otros el vino y de otros las mujeres. 

Yo pienso que la limosna y la penitencia son buenas obras para aliviar el alma, que conste, pero, si quienes dan dinero a la Iglesia supieran donde va a parar lo que tanto les ha costado reunir, se guardarían muy mucho de soltar un euro y mas bien preferirían tirárselo a los marranos. Los frailes saben muy bien quienes poseen riquezas, y se esmeran especialmente en aterrorizarlos con el fin de conseguir apropiarse de ellas. Así, despotrican contra la lujuria para que, al renunciar los lujuriosos a las mujeres, éstas se queden solo para ellos, condenan la usura y el dinero ganado con malas artes de modo que, con el dinero de los arrepentidos, puedan hacerse buenas túnicas y comprar cargos en los obispados y los cardenalatos. 

Ellos dicen:

-Haced lo que yo diga, no lo que yo haga.

Y  con esto creen quedar ya impunes para dedicarse a sus tropelías. ¡Como si las ovejas fueran capaces de ser mas razonables y disciplinadas que su pastor! Y lo gracioso de todo esto es que siempre hay tontos que están dispuestos a tragarse estas cosas, lo cual les viene muy bien a estos bandoleros con hábito de monje porque, al hacer lo que te didcen que hagas, les dejas el camino libre para que ellos hagan todo lo que quieran sin tener quedar explicaciones. Así, esperan que les colmes de dinero las bolsas, que les cuentes todos tus secretos, practiques la castidad, tengas paciencia con los abusos, perdones las injurias y te guardes muy mucho de insultar a nadie. 

Todas esas cualidades están muy bien no lo dudo, pero, ¿cómo las usan ellos? Pues las utilizan para poder llevar a cabo lo que prohiben hacer a los fieles, porque ¿quién no sabe que mantenerse en el cargo cuesta un montón de dinero? Si tu no les das dinero, ellos se quedan sin puesto; si te dedicas a seducir mujeres, no les quedará ninguna a ellos, si no eres paciente y no perdonas las injurias, seguro seguro que los frailes no van a ir a tu casa a saquearte de todos los modos posibles.

-La verdad -continuó el peregrino- es que estas cosas...


___________
(*) Giovanni Boccaccio en 'El peregrino', relato de 'El Decamerón'. El título es nuestro.


viernes, 6 de mayo de 2011

Otto René Castillo (*): Obreros del algodón (1)


I

Para los obreros
del algodón
amanece mucho
antes que el día,
y cuando el sol
inicia su camino,
ellos ya lo han trazado
hace largo
con el áspero ritmo
de su espalda.

Dicen
que cuando llega
la noche,
los obreros del algodón,
como por costumbre
o por olvido,
siguen cortando,
con el moreno gesto
de sus manos,
sucesos blancos
para que vista el mundo
y el frío no agite
sus roncas alas
en la cordial tibieza
de a piel beneficiada.

Dicen
que los obreros
del algodón
tienen
tantos soles
acumulados
en su rostro
que con ellos
podrían
alumbrarse
mil planetas.
Así de contínua
y larga
es su jornada.

II

Macario Santiago
me lo dice,
mientras sus ojos,
que me miran
altamente,
son una cósmica
protesta
contra el hambre.
Entonces
su rostro geográfico
me explica
que debe ser muy grave
y muy amargo su trabajo.

Macario Santiago
no comprende
por qué le pagan
tan poco todavía.
Macario Santiago,
obrero de algodón,
aun no lo comprende.

III

Pero Macario Santiago,
ya se enoja.
Y encrespando su puño
nos relata
cómo después de su larga
y árida jornada,
aun los capataces
reducen el peso
de su duro trabajo
y le imponen castigos,
cuya sanción popular,
un día,
tendrá que costarnos
mucho sacrificio de bondad
en el futuro.
Pero Macario Santiago
ya despierta.
Y cuando lo haga
en siempre,
¡su tormenta
habrá comenzado
también
a fecundar el alba!
___________
(*) http://www.literaturaguatemalteca.org/Otto.html

(1) Leído en el poemario 'Vámonos, Patria, a caminar'

 (Del libro 'POESÍA REVOLUCIONARIA GUATEMALTECA. de Mª Luisa Rodríguez. Edita: Zero, S.A. Madrid, octubre 1969)

lunes, 2 de mayo de 2011

Otto René Castillo (*): Frente al balance, mañana (1)

Y cuando se haga
el entusiasta recuento
de nuestro tiempo
por los  que todavía
no han nacido,
pero que se anuncian
con un rostro
más bondadoso,
saldremos gananciosos
los que más hemos
sufrido por él.


Y es que adelantarse
uno a su tiempo
es sufrir mucho de él.


Pero es bello amar al mundo
con los ojos
de los que no han nacido
todavía.


Y espléndido
saberse ya victorioso
cuando todo en torno a uno
es aun tan frío y tan oscuro.

__________
(*) http://www.literaturaguatemalteca.org/Otto.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Otto_Ren%C3%A9_Castillo
(1) Del libro 'Vámonos, Patria, a caminar',.

(Del libro 'POESÍA REVOLUCIONARIA GUATEMALTECA. de Mª Luisa Rodríguez. Edita: Zero, S.A. Madrid, octubre 1969)



lunes, 4 de abril de 2011

Iswe Letu: Nuestros caballos puros


nuestros caballos puros con ojos de hermanos mayores Manolo, Avelino y Candelas, ideal que lo real desmiente nuestro cuerpo de vino puro que el oxígeno del aire agrió 

dejando los espacios ciegos bañados con pájaros mudos historias de familia que se afilan en el silbido de las hondas historias de herencias, historias sin una brizna de  brisas

nuestros caballos puros con ojos de hermanos mayores se encabritan en el cuento de las historias borrascosas y salud al que se dedica a ver el lado sin filo de las cosas como por ejemplo la contemplación de una piedra verde o un zigzagueante camino con venenosas amarilladuras

nuestros caballos puros con ojos de hermanos mayores relinchan en las cuadras frente a los pesebres hoy vacíos llenos de cosas melladas o romas, sin agudezas ni aristas sin sustancia como aquel que lanza un relámpago famélico

Y eso está bien en las aguas nauseabundas de la vejez pero nada se va sin dejar huella y los arañazos se quedan tranquilos pero se quedan ahí solos en la frontera del aire

y nuestros caballos puros con ojos de hermanos mayores tienen la inocencia de las coces instintivas ante el jinete que sin dudar hinca las espuelas en sus ijares sin dudar

nuestros caballos puros con ojos de hermanos mayores cuando alzan el hocico de la hierba ven en la sabana como retozan ufanos los búfalos de las cóleras insumisas pastan en un gran país de praderas con fresca memoria

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Ben Okri: Andando, caminando (*)


(Una muestra del buen hacer de Ben Okri, escritor nigeriano)

Mientras iba por la calle adelante, soportando a duras penas el calor del sol, por un mundo cruel, de niños desnudos y viejos de venas cansadas que llevaban sangre a frentes apergaminadas, me asustó el repentino convencimiento de que no había manera de huir de las reaalidades del mundo. Por todas partes me enfrentaba con la crueldad de las heridas, las míseras chozas, la chabolas de cinz oxidado, la mierda de las calles, los niños delgadurrios, las niñas desnudas sobre la arena jugando con latas de conserva aplastadas, niños incircuncisos correteando de aquí para allá, imitando el tableteo de las metralletas, con el calor nocivo que hacía vibrar el aire y el agua que se evaporaba en las cunetas malolientes. El sol desnudaba la realidad de nuestras vidas y todo era tan despiadado que resultaba un milagro que pudiéramos entendernos e interesarnos los unos por los otros o que incluso sintiéramos algún interés, aunque solo fuera una pizca, por algo.
...
Anduve durante mucho tiempo, las calles quemándome las plantas de los pies, con la garganta seca, la cabeza ardiéndome, hasta que me encontré en el mercado. Había puestos por todas partes. Los olores y los aromas del mercado se esparcían por doquier: de las hortalizas que se pudrían, de la fruta fresca, de la carne cruda, de la carne asada, del pescado maloliente, de plumas de pájaros silvestres y de loros disecados, del maiz asado y de telas recién teñidas, del estiércol de vaca y del perfume de sahel, y de la pimienta machacada, que inundaba los ojos de lágrimas y hacía cosquillas en la nariz. Y además de los muchos olores, las numerosas voces, voces sonoras y antagónicas, indistinguibles de la rica diversidad de los objetos. Mujeres con bandejas de tomates grandes y jugosos, cuencos de garri o de maíz, o bien de pepitas de melón, mujeres que vendían baratijas y cubos de plástico y telas de vivos colores, hombres que vendían amuletos de coral, peines de madera, plumas de tórtola, chalecos de malla y pantalones y zapatillas de algodón, mujeres que vendían espirales antimosquitos, espejos mágicos para el amor, faroles y hojas de tábaco, puestos de telas estampadas junto a los de pescado fresco, todos entremezclados, llenando los lados de la calzada, extendiéndose en fantástica confusión. Había en el aire mucho clamor de confrontaciones: los cobradores de alquileres se peleaban con las mujeres, y los que empujaban carretones y gritaban para que la gente se apartara, mientras mallams, acompañados de cabras atadas con cuerdas, rezaban sobre esteras blancas, bajo el sol, ensartando cuentas. El suelo del mercado tenía la humedad del barro y de los alimentos en descomposición, y los niños, la mayoría desnudos, corrían de un sitio para otro. Los mujeres vestían faldas descoloridas y sucias blusas; sus rostros, afligidos, me recordaban al de mi madre, mientras las voces tan pronto eran dulces como ásperas; dulces para atraer a los clientes, ásperas a la hora de regatear. Recorrí el mercado perplejo por las muchas voces que podrían haber sido la de mi madre, los muchos rostros que podrían haber sido el suyo, y vi que la fatiga y el sacrificio no eran exclusivamente suyos, sino que los compartía con todas las mujeres del mercado.

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Tomado de la obra de Ben Okri 'The Famished Road'. Ha sido editada en España con diferentes títulos por varias editoriales.

(*) Título añadido