Elena Soriano: literatura y vida
por Celia Zaragoza*. Madrid, 25 de abril de 1997
ELENA SORIANO se manifestaba orgullosa de su origen andaluz. Había nacido en Fuentidueña de Tajo (Madrid: 1917). Pero su sangre y su temperamento "eran de Córdoba, y su infancia, de varios cortijos de Andalucía", aseguraba.
Durante muchos años y hasta sus últimos días, vivió en la misma casa de aquella misma calle madrileña (Matías Montero, denominada luego Maestro Ripoll), de "aire quieto, residencial y tranquilo, entre los árboles y las plantas trepadoras del jardín, con aire cerrado y elegante en la que todo parecía igual", como con penetrante melancolía describió ANTONIO NUÑEZ.
En plena colonia El Viso, y a pocos pasos de allí, ELENA cruzaba los domingos hacia la inolvidable tertulia de su gran amiga MARÍA BAEZA (de cuyo fallecimiento se cumplen en estos día 16 años, 1888-1981, auténtica luz en su grupo familiar y en el ambiente cultural de la época).
Al regresar de Tambre, 24 (posteriormente, de Lázaro Galdeano, 2), un grupo de fieles amigos aguardaba a Elena desde los anaqueles de su biblioteca: BORGES, SÁBATO, CORTAZAR, RULFO, FUENTES, GARCÍA MÁRQUEZ. Alternaban con clásicos españoles y con las últimas novedades generacionales que, ininterrumpidamente, llegaban a su casa. Y también (pues era muy afecta a lo popular), con una completísima colección de tangos (que tan bien bailaba), donde lucían FRESEDO, PIAZZOLLA, DISCÉPOLO. O MARÍA ELENA WASLH.
Así, de su profundo conocimiento e interés por las literaturas hispanoamericanas e hispánicas, y de su inquietud por la evolución de nuestra lengua (tema, más que nunca, de tan grande actualidad), nació la revista literaria El Urogallo, que ELENA SORIANO fundó y dirigió desde 1969 a 1976, asesorada y apoyada en todos los órdenes (sin ninguna protección oficial ni oficiosa) por su marido, JUAN JOSÉ ARNEDO. En la heroica aventura, procuraba evitar tanto "el nacionalismo aldeano como el papanatismo hacia lo foráneo, la nostalgia del pasado como la precipitación novedosa". Abrió sus páginas a distintas edades, nacionalidades e ideologías con el sólo común baremo de la calidad. Y acertó.
Entre los homenajes que recibió ELENA, queremos destacar el que le dedica (LITERATURA Y VIDA, I, II, III) los tres tomos de ANTHROPOS (Colección Pensamiento Crítico / Pensamiento Utópico) en edición sobria y cuidadísima. El sagaz y exhaustivo prologuista, CARLOS GURMÉNDEZ, señala en ELENA la condición de anticipadora e intuitiva con profundidad envidiable. Ya en los años cincuenta vertía sus clarificadoras opiniones a través de su gran amiga y confidente, la literatura, de la que estuvo apartada más tarde durante siete años. Período que habría de contemplar y analizar, con desgarradora lucidez en Testimonio materno: con voluntad de útil alerta hacia lamentables circunstancias que habrían de proyectarse sobre la juventud de nuestros días. (Y en la que no volcó piedad hacia su hijo, ni hacia la sociedad, ni hacia sí misma)
Como novelista, tras la polémica Caza menor (1951: inicialmente víctima de la censura) había publicado una originalísima trilogía (La playa de locos, Espejismo y Medea).
Como cuentista, la selección agrupada bajo el título de la Vida pequeña, constituye una gratísima sorpresa.
La suma de estas relecturas, el repaso de estos textos, nos detiene también en otro aspecto de los tomos de ANTHROPOS: la serie de Sagaces ensayos; paralelamente, aparecen exponentes de no menor relieve en su género, que la revela como gran cronista de acontecimientos culturales, en los que descuella el teatro, y que tiene lugar en el resto de Europa. Fueron publicados inicialmente en Cuadernos (París), Ínsula y, especialmente, en Índice. Sin dejar nunca de ser, por igual, sólidos, amenos e informativos. Sin dejar de lado una pizca de ironía, (nunca amarga), y en ocasiones volcada sobre si misma.
Por su dominio amplio de todas los recursos literarios; por su perfecta comunicación de temas centrados en aspectos de la cultura no siempre accesibles, o al alcance del lector; por su actitud de alerta ante el obligado compromiso social en un mundo que, sin retroceder un punto, se muestra día a día, más indiferente, egoísta, cruel, ELENA aparece, aun hoy, merecedora de aquellos adjetivos con los que se la definió: utópica, lúcida, aguda, científica en el manejo de la propia visión del mundo que la rodeaba.
En realidad, al releer su obra, parece que volvemos a escucharla o hablar con ella y que, en estas fechas en que hubiera cumplido ochenta años, ELENA no hubiera muerto. En realidad, no ha muerto.
*Celia Zaragoza es periodista
(tomado de la revista 'caminar conociendo' nº 6, páginas 8, 9 y 10)
por Celia Zaragoza*. Madrid, 25 de abril de 1997
ELENA SORIANO se manifestaba orgullosa de su origen andaluz. Había nacido en Fuentidueña de Tajo (Madrid: 1917). Pero su sangre y su temperamento "eran de Córdoba, y su infancia, de varios cortijos de Andalucía", aseguraba.
Durante muchos años y hasta sus últimos días, vivió en la misma casa de aquella misma calle madrileña (Matías Montero, denominada luego Maestro Ripoll), de "aire quieto, residencial y tranquilo, entre los árboles y las plantas trepadoras del jardín, con aire cerrado y elegante en la que todo parecía igual", como con penetrante melancolía describió ANTONIO NUÑEZ.
En plena colonia El Viso, y a pocos pasos de allí, ELENA cruzaba los domingos hacia la inolvidable tertulia de su gran amiga MARÍA BAEZA (de cuyo fallecimiento se cumplen en estos día 16 años, 1888-1981, auténtica luz en su grupo familiar y en el ambiente cultural de la época).
Al regresar de Tambre, 24 (posteriormente, de Lázaro Galdeano, 2), un grupo de fieles amigos aguardaba a Elena desde los anaqueles de su biblioteca: BORGES, SÁBATO, CORTAZAR, RULFO, FUENTES, GARCÍA MÁRQUEZ. Alternaban con clásicos españoles y con las últimas novedades generacionales que, ininterrumpidamente, llegaban a su casa. Y también (pues era muy afecta a lo popular), con una completísima colección de tangos (que tan bien bailaba), donde lucían FRESEDO, PIAZZOLLA, DISCÉPOLO. O MARÍA ELENA WASLH.
Así, de su profundo conocimiento e interés por las literaturas hispanoamericanas e hispánicas, y de su inquietud por la evolución de nuestra lengua (tema, más que nunca, de tan grande actualidad), nació la revista literaria El Urogallo, que ELENA SORIANO fundó y dirigió desde 1969 a 1976, asesorada y apoyada en todos los órdenes (sin ninguna protección oficial ni oficiosa) por su marido, JUAN JOSÉ ARNEDO. En la heroica aventura, procuraba evitar tanto "el nacionalismo aldeano como el papanatismo hacia lo foráneo, la nostalgia del pasado como la precipitación novedosa". Abrió sus páginas a distintas edades, nacionalidades e ideologías con el sólo común baremo de la calidad. Y acertó.
Entre los homenajes que recibió ELENA, queremos destacar el que le dedica (LITERATURA Y VIDA, I, II, III) los tres tomos de ANTHROPOS (Colección Pensamiento Crítico / Pensamiento Utópico) en edición sobria y cuidadísima. El sagaz y exhaustivo prologuista, CARLOS GURMÉNDEZ, señala en ELENA la condición de anticipadora e intuitiva con profundidad envidiable. Ya en los años cincuenta vertía sus clarificadoras opiniones a través de su gran amiga y confidente, la literatura, de la que estuvo apartada más tarde durante siete años. Período que habría de contemplar y analizar, con desgarradora lucidez en Testimonio materno: con voluntad de útil alerta hacia lamentables circunstancias que habrían de proyectarse sobre la juventud de nuestros días. (Y en la que no volcó piedad hacia su hijo, ni hacia la sociedad, ni hacia sí misma)
Como novelista, tras la polémica Caza menor (1951: inicialmente víctima de la censura) había publicado una originalísima trilogía (La playa de locos, Espejismo y Medea).
Como cuentista, la selección agrupada bajo el título de la Vida pequeña, constituye una gratísima sorpresa.
La suma de estas relecturas, el repaso de estos textos, nos detiene también en otro aspecto de los tomos de ANTHROPOS: la serie de Sagaces ensayos; paralelamente, aparecen exponentes de no menor relieve en su género, que la revela como gran cronista de acontecimientos culturales, en los que descuella el teatro, y que tiene lugar en el resto de Europa. Fueron publicados inicialmente en Cuadernos (París), Ínsula y, especialmente, en Índice. Sin dejar nunca de ser, por igual, sólidos, amenos e informativos. Sin dejar de lado una pizca de ironía, (nunca amarga), y en ocasiones volcada sobre si misma.
Por su dominio amplio de todas los recursos literarios; por su perfecta comunicación de temas centrados en aspectos de la cultura no siempre accesibles, o al alcance del lector; por su actitud de alerta ante el obligado compromiso social en un mundo que, sin retroceder un punto, se muestra día a día, más indiferente, egoísta, cruel, ELENA aparece, aun hoy, merecedora de aquellos adjetivos con los que se la definió: utópica, lúcida, aguda, científica en el manejo de la propia visión del mundo que la rodeaba.
En realidad, al releer su obra, parece que volvemos a escucharla o hablar con ella y que, en estas fechas en que hubiera cumplido ochenta años, ELENA no hubiera muerto. En realidad, no ha muerto.
*Celia Zaragoza es periodista
(tomado de la revista 'caminar conociendo' nº 6, páginas 8, 9 y 10)
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