1. - Hasta los árboles, tan asentados en el terruño, hacen su camino. Y lo hacen lenta, lentamente, para ir sintiendo y asimilando lo que a su alrededor. Cada año alzan un poco más de su copa en un esfuerzo en el que todo el árbol colabora. Así, en simbiosis con el entorno, se asienta y constituye.
Este lento caminar - crecer - de los árboles seguramente tiene que ver con la anécdota que cuenta Bruce Chatwin de unos porteadores de África del Sur a los que un explorador blanco pagó para que acelerasen la marcha. Próximos a su destino, descargaron sus bultos y se negaron a caminar. Les ofreció pagas adicionales. No consiguió que modificaran su posición de sentados. Dijeron que "debían que los alcanzaran sus almas". Lentos y seguros como árboles.
Hoy, la mayor parte de los viajeros suelen dejar atrás sus almas y van mirando de cuerpo presente. Es más, también hacen dejación de sus ojos y miran a través del video o de la cámara fotográfica. Luego, cuando llegan a sus casas, miran, decepcionados sus fotografías y sienten nostalgia de no haber guardado las imágenes en su memoria.
2. - ¿Quién camina hoy consultando las estrellas? Seguramente nadie. Sin embargo los héroes de la Illíada y de la Odisea miraban a los astros cuando navegaban y por ellos se dejaban guiar. Esto suponía haber contemplado minuciosamente el cielo estrellado desde el machadero de piedra de la casa familiar, escuchando del padre los mitos que explican la maravilla del universo. Navegar, mirar las estrellas e ir imaginando los mitos que representan las constelaciones son actos nacidos de la imperiosa necesidad de no perder el rumbo. Lo que los griegos aprendían mirando al cielo hoy lo estudiamos en los libros, pasando hojas. Y los pocos que levantan la mirada encuentran que la contaminación lumínica de las lámparas de neón no les deja más allá del tercer piso. De cualquier manera, para la mayoría de los humanos, el cielo estrellado es un jeroglífico ininteligible y, si bien algunos reconocen a la Osa Mayor, casi nadie podría encontrar a Aldebarán, "el pecho del espacio". Lo cual supone que, de poco serviría mirar a las estrellas, si se desconoce su lenguaje.
3. - Nosotros, los hombres, al nacer, nos encontramos abandonados en manos del azar, del instinto, de los padres, de la sociedad ... Al vivir, al caminar, vamos poniendo y aprendiendo el nombre de las cosas. Cuantos más nombres, más referencias. El nombre es como la imagen en el espejo de lo que vamos encontrando. Pero el nombre se diferencia del espejo, en que tiene la característica de poder imprimirse en la memoria y suscitar con su sonido o su grafía aquello que nombra. Ya que no es posible cargar con el camino, nos llevamos su resonancia.
Cuando alguien muere se pierden muchos nombre y, con su perdida, ellos, los objetos nombrados, si no desaparecen, se pueden dar por olvidados, que no es otra cosa que una desaparición, ya que, diluyéndose en lo innominado, se quedan fuera del conocimiento.
4. - Cuando los hombre empezaron a surcar el mar, una oleada de nombres empujaba más allá al intrépido navegante, y una floración de nombres nuevos iba surgiendo a su paso. se me ocurre que la Odisea sería una lectura obligada para darnos cuenta de ello.
5. - Seguramente el hombre envidió siempre a las aves por no poder volar. Muchos accidentes acontecieron antes de poder conseguirlo. El primero del que tenemos noticia es el de Ícaro. Su anhelo de llegar al Sol le precipitó en el mar. El aterrizaje de Leonardo de Vinci cuando experimentaba su artefacto volador no tuvo tan desastrosas consecuencias. Voló el primer aeroplano y hubo una eclosión de nombres: experiencias novísimas, perspectivas sorprendentes, tecnicismos ...
Corpus Vargas, cronista del primer viaje aéreo París - Madrid, con aterrizajes de emergencia en campos de trigo, atrapa en el aire bellísimas imágenes totalmente inéditas. Estas crónicas las recogió Juan Ramón Jiménez en un librito maravillosamente editado, hoy casi inencontrable. Si leemos "Vuelo de noche" o, mismamente, "El Principito" de A. Saint Exupery, nos damos cuenta de algo nuevo y sorprendente estaba sucediendo porque se cuenta con imágenes y nombres recién estrenados.
6. - La conquista del cosmos, del llamado "espacio exterior", aun no ha tenido el cronista que nos deslumbre con nombres que resuenen según la suntuosidad de lo explorado. La recién iniciada aventura del hombre en el espacio pastorea grandes rebaños de nombres aún por decir.
7. - La herencia mas preciada que hemos recibido de nuestros antepasados son los nombres, por medio de los cuales conocemos el mundo. Nuestro deber y obligación como hombres es aumentar el acervo de los de los nombres. Y así se ha ido haciendo hasta ahora. Parece ser que las nuevas generaciones van disminuyendo su acervo de nombres y aumentando el de las interjecciones. ¡Qué extraño resulta este fenómeno cuando nuestra época parece dominada por los medios de comunicación ... ! La Biblia nos cuenta cómo, del ambicioso proyecto de la construcción de la Torre de Babel, surgió la primera confusión de las lenguas. Posiblemente la universalidad del proyecto impuso un lenguaje "políticamente correcto", con lo que la ambigüedad fue aumentando hasta el colapso final. Sea lo que fuere - la verdad sería muy arduo averiguarla - el caso es que el descomunal "chirimbolo" de la torre no pudo ser terminado. Y es que el lenguaje nace de la necesidad de que algo sea nombrado. Y el nombre lo pone el primero que se halla en tal necesidad. La gramática y la política son subsidiarias del nombre.
8. - Cuando nacemos nadie viene al mundo con un mapa que nos oriente hacia el tesoro que todos buscamos. Continuamente tenemos que elegir en una bifurcación sin conocer cual de los dos senderos es el que nos conduce a la felicidad. Ante los diversos caminos sólo cabe la perplejidad. Pero no podemos instalarnos en ella. Tenemos la necesidad de irla transitando. Y para ello nada mejor que los nombres.
9. - ¿Pueden, con un esfuerzo titánico de imaginación, hacerse a la idea de un mundo como el nuestro que, una mañana cualquiera, amaneciese sin nombres, con todos los signos borrados? Nos habríamos quedado los hombres en una absoluta precariedad. El nombre es como la "avecilla" del romance de "El Prisionero": "que ni sé cuando es de día ni cuando las noches son sino por una avecilla que me cantaba al albor; matómela un ballestero dele Dios mal galardón".
10. - Tenemos ya tantos nombres ... Hay que plantearse muy seriamente no confundirlos.
Ovidio Pérez es profesor y poeta.
Su última obra, Cuaderno.
TOMADO DE LAS PAGINAS 44 y 45 DEL Nº 6 DE 'CAMINAR CONOCIENDO'
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