Dicen que los ciegos tenemos un tacto excepcional. Afirman que los privados de visión contamos con una gracia especial. Aseguran que los invidentes poseemos una inteligencia formidable. Se comenta que ...
A los nueve años, perdí la vista totalmente. Tras numerosas y diferentes peripecias médicas, a mis cuarenta y cinco años, no tengo conciencia de que todo lo que asegura la sabiduría popular sobre los ciegos sea medianamente cierto. Tan sólo hay algo de verdad en lo del tacto, pero sin exagerar. En general, tenemos una mayor sensibilidad en las yemas de los dedos; en definitiva, un mejor aprovechamiento de las capacidades táctiles de las personas ciegas para suplir una carencia capital como es la vista. En cualquier caso, se trata de un desarrollo del tacto mayor del que hacen las personas videntes; lo demás, son garambainas sin ninguna base real ni científica, por mucho que se empeñen las distintas alternativas religiosas en dar una explicación de ayuda divina a las personas discapacitadas.
El tacto cuenta con la limitación de la perspectiva, de la distancia, y, eso no es sustituible por nada. La proximidad y cercanía que tus manos delimitan, empobrece la globalidad de las cosas, por el contrario, la piel de los dedos, transmite sensaciones incomparables preñadas de sensualidad y emociones, que ningún otro sentido es capaz de provocar.
En la intimidad de dos cuerpos, los dedos, recorriendo la geografía anatómica, adquiere un protagonismo fundamental en la relación carnal. El tacto sugiere iniciativas, provoca sensaciones, eleva la sensualidad al grado máximo en la combustión pasional. Toda la incapacidad global y panorámica de la vista, se sustituye por la proximidad e intimidad de lo cercano. El rozamiento percibe informaciones no captadas por los demás sentidos: rugosidades, temperatura; todo un conjunto de datos que logran completar una panorámica próxima, cercana y, eso sí,, pequeña aunque satisfactoria. El tocar, en ocasiones, disipa dudas y espejismos. En definitiva, el tacto transmite información real, pero insuficiente en ciertos momentos.
La sensación táctil no es patrimonio de los dedos. Muchas veces nos quedamos simplistamente en esa concepción, quizá sea una de las taras educativas de las personas que hemos superado ampliamente los cuarenta. En las relaciones íntimas, la boca y la lengua desempeñan un papel primordial en el juego amoroso. Hasta ahora, estas relaciones se limitaban casi exclusivamente al acto sexual sin más, ya no digamos en la forma de concebir las mismas de nuestros padres. La gama de informaciones táctiles que nuestro cuerpo es capaz de alcanzar están muy por encima de las que realmente sabemos utilizar, nos quedamos romos en la explotación de nuestro cuerpo en todos los sentidos y, en el ámbito del tacto, es una parcela más de la pobreza de medios a desarrollar.
En todas las culturas los tabúes han estado presentes de una forma u otra. El tacto no era en algunas santo de la devoción de los ministros divinos, por el contrario, estaba considerado como sucio, pecaminoso. Todo se reducía a la contemplación y no demasiado evidente. Afortunadamente, para algunos de los mortales, podemos tocar sin temor a ser calificados de pecadores y depravados, entre otros epítetos; y si además, nos gusta tocar y disfrutamos tocando, pues, de mil maravillas.
Tocar por necesidad no resulta muy apasionante, cuando es un intento de sustituir otra cosa, pero cuando se hace por gusto, con deleite y ganas de tocar, el placer no tiene desperdicio. En el amor, e incluso en la amistad, la conciencia de que posees un tacto muy desarrollado te redime de algunos sinsabores y amarguras. Sí, en la amistad, el tacto también es fundamental para las personas que tenemos necesidad y gusto por tocar. ¿Por qué no deslizar las yemas de los dedos por el rostro del amigo para saber como es?
Pretender sustituir un sentido por otro, es tan absurdo como inútil, tan ridículo como ingenuo. El tacto es lo que es y asumir sus cualidades y limitaciones es lo único posible. Pero a pesar de todo, las infinitas fuentes informativas táctiles hay que desarrollarlas más y mejor, no para sustituir, no para reemplazar, pero sí para disfrutar, sí para gozar de una realidad cercana y limitada que diez dedos pueden hacerlo como ninguna otra parte del cuerpo humano.
Ernesto de Greorio es toledano, periodista invidente; Subdirector de la revista Perfiles órgano de la ONCEA los nueve años, perdí la vista totalmente. Tras numerosas y diferentes peripecias médicas, a mis cuarenta y cinco años, no tengo conciencia de que todo lo que asegura la sabiduría popular sobre los ciegos sea medianamente cierto. Tan sólo hay algo de verdad en lo del tacto, pero sin exagerar. En general, tenemos una mayor sensibilidad en las yemas de los dedos; en definitiva, un mejor aprovechamiento de las capacidades táctiles de las personas ciegas para suplir una carencia capital como es la vista. En cualquier caso, se trata de un desarrollo del tacto mayor del que hacen las personas videntes; lo demás, son garambainas sin ninguna base real ni científica, por mucho que se empeñen las distintas alternativas religiosas en dar una explicación de ayuda divina a las personas discapacitadas.
El tacto cuenta con la limitación de la perspectiva, de la distancia, y, eso no es sustituible por nada. La proximidad y cercanía que tus manos delimitan, empobrece la globalidad de las cosas, por el contrario, la piel de los dedos, transmite sensaciones incomparables preñadas de sensualidad y emociones, que ningún otro sentido es capaz de provocar.
En la intimidad de dos cuerpos, los dedos, recorriendo la geografía anatómica, adquiere un protagonismo fundamental en la relación carnal. El tacto sugiere iniciativas, provoca sensaciones, eleva la sensualidad al grado máximo en la combustión pasional. Toda la incapacidad global y panorámica de la vista, se sustituye por la proximidad e intimidad de lo cercano. El rozamiento percibe informaciones no captadas por los demás sentidos: rugosidades, temperatura; todo un conjunto de datos que logran completar una panorámica próxima, cercana y, eso sí,, pequeña aunque satisfactoria. El tocar, en ocasiones, disipa dudas y espejismos. En definitiva, el tacto transmite información real, pero insuficiente en ciertos momentos.
La sensación táctil no es patrimonio de los dedos. Muchas veces nos quedamos simplistamente en esa concepción, quizá sea una de las taras educativas de las personas que hemos superado ampliamente los cuarenta. En las relaciones íntimas, la boca y la lengua desempeñan un papel primordial en el juego amoroso. Hasta ahora, estas relaciones se limitaban casi exclusivamente al acto sexual sin más, ya no digamos en la forma de concebir las mismas de nuestros padres. La gama de informaciones táctiles que nuestro cuerpo es capaz de alcanzar están muy por encima de las que realmente sabemos utilizar, nos quedamos romos en la explotación de nuestro cuerpo en todos los sentidos y, en el ámbito del tacto, es una parcela más de la pobreza de medios a desarrollar.
En todas las culturas los tabúes han estado presentes de una forma u otra. El tacto no era en algunas santo de la devoción de los ministros divinos, por el contrario, estaba considerado como sucio, pecaminoso. Todo se reducía a la contemplación y no demasiado evidente. Afortunadamente, para algunos de los mortales, podemos tocar sin temor a ser calificados de pecadores y depravados, entre otros epítetos; y si además, nos gusta tocar y disfrutamos tocando, pues, de mil maravillas.
Tocar por necesidad no resulta muy apasionante, cuando es un intento de sustituir otra cosa, pero cuando se hace por gusto, con deleite y ganas de tocar, el placer no tiene desperdicio. En el amor, e incluso en la amistad, la conciencia de que posees un tacto muy desarrollado te redime de algunos sinsabores y amarguras. Sí, en la amistad, el tacto también es fundamental para las personas que tenemos necesidad y gusto por tocar. ¿Por qué no deslizar las yemas de los dedos por el rostro del amigo para saber como es?
Pretender sustituir un sentido por otro, es tan absurdo como inútil, tan ridículo como ingenuo. El tacto es lo que es y asumir sus cualidades y limitaciones es lo único posible. Pero a pesar de todo, las infinitas fuentes informativas táctiles hay que desarrollarlas más y mejor, no para sustituir, no para reemplazar, pero sí para disfrutar, sí para gozar de una realidad cercana y limitada que diez dedos pueden hacerlo como ninguna otra parte del cuerpo humano.
Sumario "En todas las culturas los tabúes han estado presentes de una forma u otra. El tacto no era en algunas santo de la devoción de los ministros divinos, por el contrario, estaba considerado como sucio, pecaminoso"
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