DUALIDAD A TRAVES DE LOS CHARCOS
por Manuel Segovia
Está lloviendo. Simonato Reiriz aguarda sentado en una vieja banqueta de madera que un día hizo su padre para sentarse al fogón de la cocina en el invierno. Coge la banqueta, un racimo de uvas y se sienta en el umbral de la puerta que da directamente al corral del patio esperando que escampe.
En Capazo llueve a menudo, porque está cerca del trópico de Abril, pero no son tantas las veces que como hoy, víspera de San Hinojo, - El Patrón, que murió ahogado por salvar a su hermano en el lago que cruzaban huyendo de los celosos mincas para traer las cenizas incorruptas del Fundador al pueblo de Capazo.- lo hace.
La última vez que ocurrió , fue el año en que Simonato Reiriz perdió en la crecida del río, por las lluvias, dos de las siete vacas lecheras que tenía pastando en el molino, aunque Simonato no se convence que fueran las aguas, sino la vara de mimbre de algún ladrón del camino que aprovechó la ocasión de catástrofe para, protegido por las aguas, arrear con las vacas. Aquel día, víspera de San Hinojo, debido al temporal, Simonato no pudo acudir a su encuentro " pluvial" , y no por ir a reunir el ganado o por miedo a que lo llevase una "trompa " de agua, si no porque tanto llovía que no paró de caer en tres días. Tanto que no había charcos en los caminos, si no que los caminos eran ríos por los que nadaban liebres en lugar de sardinas.
Hoy Simonato aquí sentado está pidiendo al cielo, y reza para que deje de llover antes de que se eche la noche, y poder acudir a su encuentro.
Ahora parece que cae más fino, las gotas ya no hacen pompas al caer, lo cual quiere decir que no va a llover mucho más. En Capazo, cuando hay tormentas, las gotas de lluvia caen al suelo al golpear haciendo pompas enormes, del tamaño de un huevo de gallina. Si la tormenta es pasajera o ya se está acabando, entonces llueve como en todos los sitios.
Cuando por fin deja de llover es casi media tarde, y Simonato Reiriz se echa su capa de lona, coge su viejo paraguas y sale al camino con un paso que cualquiera diría que ha visto que se le llevan las cinco vacas que le quedan. Camina hasta dejar atrás el pueblo , sorteando los charcos y con la cabeza muy alta mirando al frente, tanto que en el pueblo le dicen "estirao", a lo que Simonato responde que a él, no le gusta fisgar y no le interesa la vida de nadie. Deja el camino grande y coge el ramal que va a " a la cueva de las monedas ", pasando entre las paredes de piedras de los "praos" donde relincha algún caballo tordo. Caminando y dejando atrás la pared del último prao antes de llegar al Castañar, allí en medio del camino tiene lugar su encuentro "pluvial". Simonato llega a su charco, más bien pequeño. Como ya no cae ni una gota, está tranquilo, como un espejo.
Se arrima una piedra, se sienta y se asoma al charco. Sonríe de verdad y saluda a Don Simonato del otro lado, Don Simonato del otro lado hace lo propio. Cada uno desde su lado mira al otro, para ver de principio como le ha ido.
Allí los dos Simonatos conversan, y Simonato de este lado le pregunta al otro como ha ido su vida, la vida de Don Simonato el del otro lado, es la vida que Simonato hubiese tenido si cada vez que pudo elegir entre hacer una cosa u otra, hubiese elegido la contraria a la que tomó. Allí, sentado en su charco, Simonato vio que hubiese sido de él si no se hubiese casado con Teresa, o cuando decidió mandar a su hijo al Puerto de Sonsoles a trabajar en el telar de su hermano en lugar de quedarse con él a trabajar la tierra .. y todas las demás decisiones que había tomado en su vida.
A veces se alegra y dice, burlándose de Don Simonato del otro lado : "¡ Que bien hice, que bien hice, ¡ ya ves, para que veas que no soy tan tonto". Porque entre Don Simonato el de aquí y el de allí, están enzarzados a ver cual de los dos mejor. Pero otras veces se entristece o le come la envidia y se dice para si : " Simonato, Simonato, que zoquete eres...Pero cómo iba yo a saber, cómo iba yo a saber."
Allí Simonato se puso al día de su otra vida, hasta que de nuevo comenzaron a hacerse "pompas de gallina". Al principio cuando comenzó a chispear, mal que mal, seguían hablando cada uno desde su lado, pero cuando se puso a llover fuerte, Don Simonato el del otro lado, se marchó sin tiempo casi de decir adiós, y de contarle como Simonato habría podido obtener una ganancia pingüe si no hubiese vendido el viejo Rufo en el camino a unos gitanos en lugar de continuar lo que le faltaba hasta la feria ganadera, y todo por pereza de volver pronto a casa. Simonato, por su parte, le dijo adiós como pudo. Se quedó mirando un poco el charco que se llenaba de anillos y terminó por levantarse, abrir el paraguas e irse.
Había pensado muchas veces poner un techo encima del charco para poder hablar con Don Simonato el del otro lado todo el día hasta que a media noche se acabase la víspera de San Hinojo y comenzase el día Grande de San Hinojo, pero la vez que se decidió, cayo un rayo muy cerca, lo que le hizo pensar si no sería para él, y abandonó la idea.
De vuelta por el camino, pasó por el que fue el charco de su esposa, que ahora ya no se llenaba, por el de su hijo, pero no quiso asomarse a ver como estaba "Simón del otro" lado por no encontrar lo que no se anda buscando. Así que siguió el camino que se llenaba de pompas de gallina, pasó por el molino, contó las vacas, había cinco, y marchó a casa.
Manuel Segovia es navero
licenciado en Economía
LA FONTANA SONORA (suplemento de la revista 'Caminar conociendo' pags. XII y XIII)
No hay comentarios:
Publicar un comentario